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La vacuna

El sonido del abanico es constante, aunque lento. Me escurre sudor por la espalda, me recuesto boca abajo para sentir un poco de aire y refrescarme. Estoy a oscuras. Se apaga el abanico. Ha terminado mi tiempo de suministro de energía. Dos horas en la noche. Hace tiempo cortaron los suministros matutinos ¿para qué pueden necesitar luz un montón de moribundos?

Inició algunos años atrás, primero los cortes de agua, luego de luz, estos se fueron haciendo más y más frecuentes, también las enfermedades. La falta de higiene, la necesidad de cambiar los hábitos alimenticios a falta de agua y electricidad. Luego llegó LA enfermedad. Tos, estornudos, garganta irritada, cansancio, y poco a poco el desgaste de todos los órganos, coágulos de sangre, pérdida de dientes y finalmente todos empezaron a morir.

A nadie se le dijo que era lo que estaba sucediendo, de qué enfermábamos, por qué cada vez había menos alimentos, menos agua, menos recursos. Se perdió la esperanza y el planeta entero se convirtió en un pabellón de enfermos.

Hubo un breve momento en que recuperamos las ilusiones. Fue cuando surgió la vacuna. Esta prometía un cambio de vida, la cura a todos los males, pero sin vuelta atrás, los que no quisieran utilizarla no verían a quienes sí y viceversa. Al principio la advertencia parecía ridícula, todos queríamos vacunarnos. Pero pronto esa esperanza se convirtió en miedo, comenzaron rumores sobre dicha vacuna que en lugar de evitar la enfermedad provocaba la muerte, que aceleraba los síntomas de la enfermedad, un sinfín de historias. Lo cierto es que a quienes se les aplicó no se les volvió a ver.

Tuve muchas discusiones con Lizeth, ella quería ir y llevar al niño, yo no. Los rumores sobre una muerte inminente al tomar la vacuna eran cada vez más fuertes y yo aún tenía esperanzas de que se encontrara una cura. Tuvimos muchas discusiones cada vez más fuertes, ella intentaba convencerme de que todo, incluso la muerte era mejor que quedarse en un planeta sin agua, sin luz y una enfermedad que había llegado al rango de epidemia. – “El planeta nos lo está cobrando, no va a parar”- solía decirme.

Una tarde, después de recoger la despensa semanal a la que teníamos derecho por tener un niño, encontré una carta de Lizeth, se habían ido a vacunar. No regresaron.

Esa carta es lo único que me queda de ellos, eso y el arrepentimiento de no haberla entendido en el momento, de no haber ido con ellos. No pasó mucho tiempo desde que se fueron cuando todo el mundo se vio contagiado, aumentaron los cortes de agua, de luz, y con ello los saqueos, la gente estaba desesperada. Aumentaron los suicidios. Las filas para la vacuna, fuera lo que fuera, eran inmensas, ni siquiera llegué a plantearme ir, se agotaron antes.

Estoy enfermo, la epidemia de la contaminación me alcanzó. Tengo fuertes accesos de tos y sólo quisiera que en uno de ellos mi corazón se detuviera. Alguien irrumpió en los centros de salud donde aplicaban la vacuna, es una morgue inmensa. Ellos lo sabían, ellos lo entendieron a tiempo. Releo la última línea de la carta de Lizeth: “la vacuna no es para nosotros, es para el planeta, es la vacuna contra el virus de la humanidad”.